sábado, 30 de abril de 2011

El Hombre Elefante



John Merrick es un hombre que por su deformación física es destinado a la más absoluta soledad. Si es la sociedad la que determina la identidad de las personas, John Merrick está lejos de ser un quién: nadie en el mundo es capaz, ya sea de forma positiva o negativa, de tratarle como a una persona cualquiera. Para el mundo es sólo una cosa no muy distinta a unas tijeras o a unas zapatillas nuevas: es un objeto del consumo del que nutrirse, del que alimentarse, del que deshacerse una vez desgastado. No es un alguien, es un algo.

Si, es cierto, es rescatado del circo, de la plebe, de las risas crueles... pero eso no cambia nada. Una vez está a los cuidados de hombres más honestos, de hombres que reflejan la bondad, esa discriminación lejos de desaparecer se transforma. Darse cuenta de eso será lo que le conduzca al suicidio. Si en un principio era una bestia encadenada, un objeto maltratado y discriminado por su condición física, ahora esa discriminación negativa se convierte en positiva. Pero ellos no se dan cuenta. Y aunque las intenciones no son malas, las consecuencias serán nefastas. Son dos las mutaciones:

Primero. No sólo le proporcionan un hogar, también le proporcionan una fama que le acerca a personalidades importantes, ya sea una aclamada actriz de teatro o la mismísima reina de Inglaterra. Tenemos que, en un principio, es consumido por el mundo del espectáculo más barriobajero para en un final ser consumido por la etiqueta y la hipocresía de la alta sociedad. John Merrick es sólo una moda, y si quieres estar en ella no te quedan más cojones que ir a horrorizarte. Debes conocerle.

Segundo. Las personas que se compadecen de él lo intentan, de verdad, en serio, ellos intentan tratarle como a una persona normal, pero las relaciones de dependencia originadas a través de las miradas y la conducta de aquéllos deja entrever una realidad demasiado triste, y eso, junto a una mente lo suficientemente inteligente como para darse cuenta, desencadena en el desconsuelo y la melancolía. Si hubiese sido idiota John Merrick no habría terminado suicidándose, se habría creído, sin más, toda aquella farsa bientintencionada. Era todo compasión, lástima, piedad, caridad... la otra cara de la moneda, el otro extremo. Lo que en un principio despierta la esperanza de la constitución de su personalidad, de su libertad a autorrealizarse, termina decayendo en otro tipo de objetualización, de dependencia. Y él, demasiado listo, se da cuenta. Se da cuenta de que todo es falso, de que no está siendo tratado como una persona. Una persona para ser persona necesita el reconocimiento de los demás, él nunca lo recibe.

Todo esto se ve agravado por la carencia que implica la percatación de esa realidad: ve en los demás aquello que le falta. Cuando la actriz le visita por primera vez ambos interpretan una escena de Romeo y Julieta que termina en beso, entonces él llora, ¿por qué? Podría interpretarse, por un lado, que su lágrima es consecuencia del primer contacto femenino que ha tenido en su vida, algo añorado, deseado y necesitado por encima de cualquier cosa. Por otro lado, esa lágrima puede ser interpretada como la toma de conciencia de esa carencia de afecto que necesita pero que, sin embargo, ni recibe ni parece que recibirá nunca. La interpretación de Romeo y Julieta no deja de ser eso: puro teatro. Se da cuenta de que nunca tendrá a su “Julieta” en la realidad, ya que todas sus relaciones van a estar fundamentadas en una mentira originada por la compasión. Lo único que tiene es la ficción de la interpretación, pero como él la sabe mentira, no es capaz de llenarse. La almohada y la paja no son suficientes. Eso le destroza. Y sí, tiene un hogar, tiene amigos y tiene junto a él a personas que le quieren, ¿pero a qué precio? Ninguno termina de concebirlo como a una persona porque ninguno de ellos es capaz de verlo como a un igual. Él es diferente, y para ser igual necesita, de verdad, que los demás reconozcan en él una identidad, un quién. Pero no, es sólo cosa, objeto de compasión y misericordia.

La ironía es que, para ser normal, para ser reconocido como tal, debe seguir el camino de la muerte. John Merrick, debido a sus deficiencias, no puede dormir acostado por el peligro de la asfixia. Aquella última noche, cansado de la carencia, frustrado por su condición física, decide quitar de su cama todos aquellos cojines que le mantuvieron vivo en el sueño, muerto, para tumbarse en la cama como haría cualquier otra persona, para vivir y ser normal... muriendo. Y esto no debe concebirse como el momento trágico de la historia, sino como la más cercana liberación de todos sus males y, con ello, como el único camino posible a la felicidad. Lo irónico es que para acercarse a ella necesita morir, lo irónico es que cuando es normal, entonces muere. Entonces ya no puede ser feliz.

John Merrick nació muerto por dos razones: en primer lugar, porque nadie en la sociedad habría sido capaz de concebirle como a un igual; en segundo lugar, porque fue lo suficientemente inteligente como para darse cuenta de ello. Se rompe la última esperanza, se rompe toda posibilidad de existencia.

lunes, 11 de abril de 2011

Aquel hombre que tras suicidarse cogió un rifle y se voló la cabeza.

sábado, 2 de abril de 2011

Luchaban por mejorar las cosas, por mejorar el mundo, ¿pero a qué precio? Despreciando, sin más, y esperando ingenuamente a que lo rechazado les diese un beso y las gracias por haberles salvado de su terrible ignorancia.